jueves, 2 de diciembre de 2010

BRUJAS


  Como Yo leo RA tuvo la amabilidad de mostrar este trocito, lo voy a incluir también aquí.

El Samhain era un local en las afueras. Uno más en una serie de lugares de marcha de dudosa reputación, que se anunciaban con carteles luminosos por la noche. En contraste con las naves industriales que los rodeaban y anunciaban la compra barata de muebles o azulejos en horas menos intempestivas.
En la puerta, había dos licántropos vigilándolo. Como yo siempre había dicho, ¡qué desperdicio de raza! Altos, musculosos, fuertes, con instintos animales, oliendo a “macho” por todos sus poros (hum…) y trabajando de perritos guardianes.
Dejadme paso, busco al Matriarcado les espeté autoritaria, mirándolos a los ojos.
Con los lobos, aunque fueras hembra, nunca había que demostrar debilidad, o no eras más que carne fresca.
Y lo cierto era que, yo de débil, no tenía nada. Seguía manteniendo mi rubio platino, mis ojazos azules y mis facciones angelicales. Pero las había endurecido con una coleta alta y tensa, mucho maquillaje oscuro en los ojos, lápiz de labios negro y apenas un toque de colorete en mis pálidas mejillas. Por otra parte, también en la ropa parecía una bruja. Pues vestía como ellas cuando vienen al Samhain. Con mi corpiño negro, escotado, ceñido, adornado con unos lazos rojos y motivos carmesíes de telas de araña, y mi falda negra, larga y pesada, parecía una hermana sangrienta más. Pues así es como se llaman las más duras de la raza, las que han ganado el poder a golpe de sangre y magia negra. Y yo, en mi calidad de demonio, cuando venía aquí no lo hacía de otra forma. Tan solo la carencia del collar con una daga plateada, que caía justo bajo su garganta, nos diferenciaba. Eso y… que si ellas apestaban a poder oscuro yo lo hacía a súcubo de la línea real.
Cuando los licántropos me dieron paso, empujé las pesadas puertas (gastando algo del alma de mi reciente “comida”) y en seguida el ruido atronador de la música gothic rock de Clan of Xymox y el aroma a incienso abrumaron mis sentidos. Estas señoras, cuando se reunían, desconocían el concepto de mesura.
Dejé que la puerta se cerrara por sí sola a mis espaldas y me interné en un submundo solo para mujeres o, mejor dicho por cómo me miraban, con sus ceños fruncidos y amenazadores, solo para brujas. Estaba en lo que era el “bar”, una fachada a ojos de los humanos, por si había alguna redada policial de drogas. Una larga barra al fondo de la enorme nave industrial, muchas mesas con sillas salpicando el garito, dejando un hueco circular en el centro en el cual estaba la pista de baile, con focos de luces intermitentes en rojo, blanco y violeta.
«Síiiii pensé deleitada, aspirando el aroma a poder, almizcle, ámbar y madera de oriente, me encanta este lugar. Si yo fuera Marta, dejaría de tontear con un humano y estaría aquí todas las noches».
Me abrí camino entre las mesas, donde las brujas vestían según su posición social. Todas ellas provenían de un linaje de gran antigüedad, que sabían seguir hasta la época celta. Las únicas que llevaban sencillos vestidos blancos eran las novicias. Marta nunca me había querido contar cuáles eran las pruebas que debían pasar para dejar de vestir de ese color pero, por su cara al negarse a hablar de ello, yo suponía que no eran nada agradables.
Y allí estaba yo, avanzando hacia un lateral y evitando la pista de baile, donde solían contorsionarse en rituales y trances mágicos que subían sus niveles de poder. Pues al final, detrás de la barra, había una puerta que daba a un doble fondo de la pared de la nave, donde nacían unas escaleras oscuras que descendían al verdadero santuario de poder, el lugar de reunión de las matriarcas.
¿A dónde vas, demonio? me escupió una de las camareras.
Una chica dura, llena de runas y de víboras tatuadas en su piel. Yo la conocía de oídas. Se rumoreaba que las serpientes de su tripa podían cobrar vida y atacar. Pero por muy dura que fuera, solo era humana. Nada que no pudiera manejar.
Aparta, bonita —le contesté—, tengo que ver al Matriarcado.
¿Con el permiso de quién?
Me miró con ganas evidentes de aplastarme como a un mosquito molesto.
Desde luego, a la bruja de top negro y mini sobre los pantalones de cuero, una snake, no le hacía nada de gracia eso de bonita. Quizá fuera por esa raja que le cegaba un ojo y desfiguraba la cara. Suspiré.
Soy amiga de Marta, del clan de las moon-wolf, ¿acaso no ves su marca en mi aura?
Esto de los clanes era un auténtico lío. Estas tías eran unas auténticas “trepas” expertas en traiciones.
Sí, demonio. Pero una moon-wolf no te autoriza a bajar abajo.
Una sonrisa cruel curvaba sus labios.
¿Y si te digo que ya he bajado otras veces?
Me da igual. ¿Autorización?
Llevé mi mano hacia mi pecho, como si jugara con los lazos. Pero ambas sabíamos que eso curvado que descansaba en mi escote no era un colgante sino el mango de una caza-brujas. Una de esas pequeñas dagas que eran capaces de crear un campo que repelía la magia. Esperaba que con esta snake funcionara. Todo dependía de qué hechicera era más poderosa, la que creó la pequeña daga o ella.
La camarera hizo el primer movimiento, moviendo los labios en un hechizo de ataque. Y de inmediato las botellas del aparador que había tras ella se dirigieron a toda velocidad contra mi cabeza. Me agaché y las esquivé, quemando alma para ser más rápida. Mis sentidos aumentados me permitieron oír la trayectoria parabólica que estaban siguiendo las botellas, volviendo hacia mí. Así como el repentino silencio a mi alrededor. La música era lo único que rompía el silencio, todas las conversaciones de las brujas interrumpidas para presenciar nuestra pequeña pelea. Agarré la daga por la empuñadura, me levanté y giré, apuntando la punta de su hoja de múltiples curvas hacia el whiskey y la ginebra que cada vez se aceleraban más hacia mí. Y esperé, confiando que sirviera. Tuve suerte. Nada más entrar en la burbuja de un metro de diámetro que generaba mi arma, cayeron todas al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Volví a girarme hacia mi adversaria y le sonreí torvamente. Pero ella, sin mostrar el más leve signo de contrariedad, se mantuvo en su sitio. Dejé de mirarla a los ojos, pues su ombligo era mucho más peligroso. Las dos serpientes que lo tatuaban estaban comenzando a proyectarse hacia mí. Como si su piel oscura se estirara y cobrara vida propia. Avancé un paso para que sus cabezas sibilantes entraran en el campo antimagia. Y nada. Debía de habérselas tatuado alguien más poderoso. Iba a tener que conversar con Marta sobre el nivel del material que me suministraba. Pero otro día. Ahora estaba demasiado ocupada quemando alma y esquivándolas, retorciéndome como un ladrón entre rayos láser, todo para agarrar con la garra de lo que antes era mi mano la garganta de la snake.
Ésta vio venir mi maniobra y se hizo a un lado. Me apoyé en las estanterías, donde con mi impulso había acabado, y lancé una patada baja. Logré tirarla al suelo. Pero sus serpientes estaban otra vez sobre mí. Y esta vez las dejé hacer. Su mordedura era muy dolorosa. Esperaba que no tanto como la garra con la que había logrado atenazar el cuello de la bruja. Nuevas serpientes se abalanzaron contra mí, desde sus antebrazos y escote. Ignorando el dolor, quemando más alma para no lograr que me inmovilizaran las que se enroscaban en mis brazos, apreté más su garganta y dirigí mi daga hacia su estómago. Si borraba sus tatuajes, aunque fuera con sangre, esas malditas sibilantes desaparecerían. De repente el dolor se volvió sordo y las criaturas volvieron a la piel de su dueña. Menos una de las dos originales. La snake iba a tener un tatuaje nuevo que lucir. Uno poco profundo que se enroscaba en su ombligo y le recorría todo el lateral derecho del vientre. Aunque si de verdad se enorgullecían de ellos y por eso no se los curaban… aun le había hecho un favor.
Miré sus ojos, a punto de perder el conocimiento por asfixia. Y vi en ellos el reconocimiento de quién era más fuerte. Por eso había llamado de vuelta a sus “mascotas”. Aflojé mi presa. Pero no por ello me levanté de su lado.
Boqueó unos minutos. Después habló.
Muy bien, demonio. Puedes pasar.
Un placer haber compartido estos momentos contigo, bruja.
Y yo lo decía en serio. Podía estar llena de marcas sangrantes y doloridas, pero siempre me gustan las buenas peleas. Y ella había sido un rival duro. Para ser humana.
Me levanté. La snake hizo lo mismo, mientras movía sus labios. Como no pasaba nada, guardé mi daga. Si la hoja estaba escondida bajo mi corpiño, el campo antimagia no actuaba. La hermana sangrienta repitió su conjuro y una puerta apareció donde instantes antes había unos aparadores de bebida vacíos. La saludé con un cabeceo y crucé. Oyendo los cuchicheos de las demás brujas mientras lo hacía. Después… el silencio. El silencio y una escalera sin iluminación hacia abajo. Guardando mi garra, la seguí sin vacilar, usando la débil luminosidad que venía del fondo para orientarme. Tras bajar una docena de escalones, me recibió una puerta cerrada, por cuyas rendijas se colaba la luz. Llamé con los nudillos. Se abrió sola. Entré. Y mientras la oía cerrarse a mis espaldas, incliné la cabeza como señal de respeto a las siete matronas que, desde sus sillas en torno a una mesa ovalada, me miraban.
No era que quisiera ser una mala invitada, pero ver su “santa sactorum” me hacía compararlo con el salón del trono de mi abuelo. Y, la verdad, tantas calaveras talladas en sus sillas y su mesa me parecían ridículas después de las criaturas aún vivas y torturadas del íncubo. Pero eso sí, las telas negras en las paredes, sus vestidos con cierto deje medieval pero pervertidos al oscuro… eso sí que me gustaba.
Pasa, demonio, ¿qué te trae por nuestra casa otra vez?
La que me hablaba era la más poderosa y de mayor edad de la sala, una morrigan cuyos cabellos tenían más de blanco que de negro.
Veo que tienes tan buena memoria como siempre, Arianrhod.
Y tú el mismo aspecto me contestó curvando los labios en lo que parecía un asomo de sonrisa. Dime, qué deseas.
Avancé un par de pasos, hasta quedar bajo la lámpara con forma de telaraña que colgaba del techo.
Los humanos están desarrollando un nuevo tipo de vampiro. Uno más poderoso. Me gustaría saber si puedes prestarme a algunas de tus hijas para el ataque a una de sus bases.
Hijas, sí, pues ella era la matriarca suprema.
¿Y tus aliados los vampiros?
Trabajo para uno de ellos. No son mis aliados, no me insultes.
Me miró con fijeza con sus ojos rodeados de arrugas.
De acuerdo. Pero nosotras tampoco lo somos. Veo que tu mentor vampírico se enfadaría si se enterara de lo que vas a hacer y que por eso no buscas allí la ayuda. Y los de tu raza… digamos que han relegado esto en ti.
Estas matronas y su puñetera habilidad para leerte la mente…
La cuestión no es si sois mis aliadas. Es si vais a ayudarme.
No, súcubo. Pero este tema que tratas lleva cierto tiempo preocupándonos. No solo han desaparecido vampiros. También otros demonios e incluso brujas. Si bien hasta ahora hemos conseguido rastrear y rescatar a las nuestras. Si va a haber guerra, avísanos. Combatiríamos contigo.
¿Conmigo? ¿Guerra? —le pregunté mientras enarcaba una ceja.
No te asombres tanto. Puedo ver los hilos de tu futuro. Son poderosos y llenos de sangre y gloria. Si sales viva de ésta, saldrás mucho más fuerte. Y entonces entenderás lo que de verdad está pasando en el submundo. Así como porqué fuiste creada.
Comencé a cambiar el peso de una pierna a otra, incómoda.
Perdona, Arianrhod, no pretendo cuestionar tu sabiduría pero yo no fui creada. Nací de mi madre y por accidente.
Vuelve si hay guerra.
La matrona suprema, en un revuelo morado de la tela de su amplia manga, dibujó unos signos en el aire y me encontré en la calle, delante de la entrada a su local. Genial. Por eso no solía venir por aquí a menudo. No solo no me habían dado su ayuda sino que encima me habían dejado con un montón de interrogantes. Pero yo era ante todo una chica práctica. Me dirigí hacia otro de los locales que se anunciaban con letreros luminosos en medio de las naves industriales. Pero esta vez sí que era uno de mala reputación. Aproveché para tomarme un tentempié en su baño, uno rápido. Y dejé allí el cadáver. Tras inyectarle una jeringuilla que vi en el suelo con lo que esperaba pareciera una sobredosis. Seguro que las brujas, teniendo tan cerca su lugar de reunión, se encargaban de eso. Y gratis. Cerrando la puerta con energía tras de mí, taconeé sobre mis botas de camino a casa. Porque, para bien o mal, yo era toda la ayuda que podía esperar.



3 comentarios:

  1. Hola Amaia!!
    Me encanta este fragmento de la novela, :D
    quiero leer más.. :D
    besitos

    ResponderEliminar
  2. Anda, no había leído esta parte.
    Jooo, Amaya, cuándo nos vas a dejar la novela entera??? Yo entiendo que hay que presentarla a editoriales y tal. Pero leche, que nos dejas con la miel en los labios siempre. Y yo quiero saber más!
    Saluditos

    ResponderEliminar

Gracias por dejar tu comentario