miércoles, 21 de julio de 2010

VESTIDA PARA MATAR

Como de descripciones va el tema, voy a compartir como mi semisúcubo favorita se viste para matar. Sea a los malos o a Casio.

         Y a las dos de la mañana lista y vestida para matar.
        Mis botas. Faltaría más. Una falda negra por la rodilla con cuatro aberturas hasta la cadera. Se las había mandado hacer a una modista. Si iba a haber acción, necesitaba libertad de movimientos. Y como eran de seda, si intentan usarlas para agarrarme, se quedarían con la tela en las manos cuando ésta se desgarrara por la costura de la cintura. También un chaleco antibalas (había que ver todo lo que el dinero podía comprarle a una chica), una camiseta de tirantes negra, una cinta y unas cuantas horquillas que sujetaban mi pelo en un moño y, cómo no, un arnés de cuero para llevar mi sable envainado en la espalda. La funda, como mi arma, procedía de mi
padre. Era una especie de tahalí pero en vez de cruzarme un hombro y la cintura, llevando el acero allí, la correa me cruzaba ambos hombros y costados, permitiendo que el sable estuviera bien sujeto en mi espalda y fuera muy fácil de sacar. Un tahalí (esta vez sí) abrochado a la cintura
y a la pierna derecha con una cuerdecita, para guardar mi daga nueva. (Solía tener siempre varios por casa. Para cuando me daba por ir a cazar sin mini de medio palmo o vaqueros ajustados). Y por último dos puñales más, cada uno en las fundas interiores de mis botas. Las cuales, por cierto, habían sido uno de mis mejores encargos a la modista. Ah, casi me olvidaba: un cinturón
lleno de estacas como quien llevaba una cartuchera con balas. Qué se le iba a hacer, no me gustaban las pistolas. Las consideraba demasiado impersonales. O eso o a mi lado oscuro le iba demasiado lo de matar con sus propias manos.
        Sonreí a mi imagen en el espejo. Curiosa mezcla: juventud rubia y angelical fusionada con negro, madera y acero. ¿Quién había dicho aquello de morir joven y dejar un bonito cadáver? Quizá tuviera un poco de frío pero seguro que no sería por mucho tiempo.



        Crepúsculo. Y yo, tras dormir un rato y haberme pasado más de dos horas arreglándome (Dios, ni que fuera a casarme...), estaba nerviosa como una colegiala ante la puerta de Casio.
        Casio, todo hay que decirlo, tiene varias residencias. En varias ciudades y países. Pero la que estaba a media hora en coche de la mía era un bonito edificio de varias plantas construido el pasado siglo. Una de esas casas que embellecían a una ciudad. Yo había dejado el coche, su coche, aparcado en zona azul y estaba ante la verja que daba a un minúsculo jardín de baldosines de colores y cuatro tiestos con flores. Como aunque se trataba una calle bastante céntrica no era principal y apenas tenía comercios, no me fue difícil encontrar aparcamiento. Ya lo metería más tarde su dueño en el garaje. Y allí estaba yo, con zapatos negros de tacón de aguja, un vestido de noche y la melena peinada suelta. Delante del timbre de la verja. Sin atreverme a llamar. Porque yo sabía que esta noche se decidiría mi destino. O, siendo un poquito menos melodramática, me enteraría de si él estaba interesado en mí a un nivel romántico.
        Suspiré y llamé: No ganaba nada por estar allí parada sin decidirme, excepto un delicioso cosquilleo en mi estómago que me decía “y si él...”, lleno de posibilidades. Algo así como antes de una buena pelea pero mejor.
        «Ding-dong», sonó el timbre. Enseguida escuché un “clic” y la puertecita se abrió bajo la presión de mi mano.
        Crucé el pequeño camino de baldosines y me planté frente a la puerta de entrada de la casa, de madera y con un bonito arco tallado en la parte de arriba. Antes de que pudiera preguntarme si debería volver a llamar, se abrió y Casio me dio la bienvenida, tan apuesto como siempre e iluminado por los últimos rayos del Sol poniente.
        —Bienvenida —me saludó. Y consiguió darles a tan pocas sílabas un tono seductor. Mi corazón se aceleró. Empezábamos bien. Pero qué más daba si él ya sabía lo que yo sentía por él.
        En todo caso, Casio estaba guapísimo, con unos pantalones de tela de corte informal y un jersey fino que se ajustaba a sus anchos y fuertes hombros y caía suelto desde sus marcados pectorales. Y, por supuesto, con ese pelo tan negro, cortado corto pero con un poco de flequillo, que se echaba hacia los lados. Sin olvidar esos rasgos tan bellos que parecían tallados en una estatua clásica. Y los ojos (¡qué ojos!) penetrantes, profundos, invitadores... Y esos labios masculinos y sugerentes curvados en una sonrisa cordial... Evité suspirar de deseo. Tampoco era cuestión de servírselo en bandeja.
         —Hola Casio, ¿qué tal?
         Se apartó del umbral y me dejó pasar, guiándome por un pasillo de decoración sobria hasta llegar al comedor. Una enorme habitación de al menos sesenta metros cuadrados que debía ocupar la mayor parte de la planta calle de su casa.
         Caballeroso, me indicó que entrara por delante de él y tomara asiento. Me señaló la mesa que estaba puesta con mantel de hilo blanco en un extremo, cerca de unas amplias cortinas que supuse taparían alguna ventana.
         Aunque yo sabía que la caballerosidad, si estaba en sus intenciones, era el menor de sus motivos; pues pude sentir cómo devoraba cada centímetro de mi desnuda espalda, al igual que lo había hecho antes con el resto mientras yo lo había estado observado a él.
         Había de decir que el vestido era un regalo suyo. Me lo había traído un mensajero poco después de levantarme de la cama. En una caja violeta llena de papel de seda añil. Y allí, debajo de tanto envoltorio, había una tarjeta con su dirección y un precioso vestido de noche de mi nueva talla. No negaré que me supuso un alivio, pues mi ropa se me había quedado pequeña de la noche a la mañana. Imaginé que era lo que tenía envejecer unos siete años de golpe.
         “No te olvides de nuestro acuerdo. Besos. Casio”, decía una anotación suya en la tarjeta. Besos... seguro que eran una alusión a mi descaro en nuestra última conversación telefónica. Y el acuerdo... yo solo había acordado una cena. Nada de sellar un contrato de guardaespaldas con sangre. Pero ambos sabíamos que eso era lo de menos, porque lo que un vampiro de la talla de Casio deseaba lo tomaba sin más. Y ya estaba. Su problema era que yo no era la menor de edad que se pensaba.
         Así que ahora Casio estaba admirando cómo la seda y el terciopelo morado de su vestido se ajustaban a mi cuerpo. El vampiro había demostrado tener un gusto impecable. Pues no dudaba que fue él quien lo había elegido, por muy ocupado que hubiera estado. La prenda se ceñía a mi figura como una segunda piel, cayendo recta desde mis caderas. Suponía que para alguien con tanta experiencia con las mujeres, no le había sido muy difícil calcularme la talla. Estaba hecho con seda morada y pequeñas violetas de terciopelo lo salpicaban por el escote y el estómago, en unos bonitos diseños espirales. Dejaba la espalda al aire, arremolinándose la tela al final de ésta en unas graciosas ondas. Y, sin mangas, se sujetaba a mi cuello a través de una tira de visón negro. Considerando que era una noche cálida para la época en la que estábamos y que había venido en coche, no me había cogido ninguna chaqueta (en fin, como si tuviera alguna que no me quedara ridículamente estrecha). Por suerte mis pies no habían crecido y me había podido poner unos zapatos negros lisos que no desentonaran.

10 comentarios:

  1. Jummm... el Casio este prometeeee...

    Besososososos compi de taller.

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  2. Jajaja, va de descripción femenina y nos fijamos en el tío. Cómo somos todas, xd.
    Gracias por comentar.

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  3. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
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    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    TE SIGO TU BLOG




    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE
    AMAYA F.

    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DEL FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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  4. Gracias por el post. No negaré que impacta por lo inesperado, sobre todo bajo el texto de una demonio. En fin, no hay expresión más sublime que la del poeta. La belleza que pincelan sus palabras es siempre bienvenida

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  5. Me gusto como describes lo haces muy bien

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  6. Me ha gustado tu escrito Amaya, ya que me he pasado a leer a Reverte también te leo a ti, la futura Reverte de la romántica... ¿te imaginas?
    Un beso :)

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  7. Me parece que eso no entra ni en mis fantasías más alocadas, xd.

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  8. Un tipo interesante el tal Casio.

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  9. Gracias por comentar. Lo cierto es que el vampiro se las apaña para estar presente en toda la novela sin apenas salir, tan solo por ser tan poderoso y estar "vivo".

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